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lunes, 8 de noviembre de 2010


Planes

Hasta el último momento intentó disimular su impaciencia ante los niños, pero no puedo resistir mirar de nuevo el reloj, -ya eran las 7:30 y Juan llegaría en apenas una hora-pensaba, mientras desde la puerta despedía con una sonrisa de complicidad a su hermana Angélica.
Le sudaban las manos, dudó un instante por donde empezar. Se dirigió al frigorífico. Colocó sobre la barra de la cocina los aperitivos que había preparado por la mañana y descorchó una botella de vino blanco.
Le hubiera apetecido tomar un baño, pero no había tiempo, se dijo mientras terminaba de pintarse las uñas.
-Qué silencio-, dijo Juan.
-Si, mi hermana se empeñó en llevarse a los niños al cine y he pensado que se queden a dormir con ella-.
-Perfecto, hoy hay partido de la “Champion-, dijo mientras subía las escaleras camino del baño.
Los ojos de Andrea se clavaron en su nuca. No estaba dispuesta a echar por tierra su plan. Le faltaba el aliento, en parte por la subida precipitada de las escaleras, en parte por las ballestas del corsé. Con las prisas casi le hace una carrera a las medias, le volvían a sudar las manos.
Juan estaba terminando de secarse la cabeza con la toalla cuando sintió una ráfaga de aire que se llevó rápidamente el vaho del baño. Con la toalla aún en sus manos y una mueca de asombro en la cara recorrió de arriba abajo la figura de mujer que se reflejaba en el espejo. Un leve movimiento de cabeza le invitó a seguirla. Tardó en reaccionar, con la boca entreabierta y paso torpe entró en el dormitorio.
De pie frente a él estaba Andrea. Intentó articular unas palabras, pero le mandó callar acercándose el dedo índice a la boca. Flexionó ligeramente su pierna derecha y apoyó la punta del pie en el filo de la cama. Lentamente fue liberando las medias de los enganches del ligero. Juan, desconcertado, se sorprendió ocultando con la toalla una vertiginosa erección. Andrea sonrió pícara. Con una mano retiró la toalla y con la otra recorrió el ariete que se movía impaciente por entrar en acción. Con un leve mordisco obligó a que entreabriera los labios y sus bocas se enzarzaron en una lucha de presiones y succiones. Los pechos de Andrea no resistían más la presión de las ballestas del corsé, sus excitados pezones envestían con fuerza por salir de su prisión de encaje. Andrea apartó ligeramente a Juan y comenzó a desabrocharse los corchetes. Ya liberados se encontraron con el bálsamo húmedo y cálido de la lengua de Juan.
Ya en la cama, poco a poco la tensión se apoderó de sus cuerpos. Andrea abrazó con sus piernas el cuerpo de Juan. Con rítmicos movimientos de cadera acompañó los envites de Juan que luchaba por abrirse camino entre sus palpitantes labios. De pronto, se encontró sobre él y en su oreja derecha una boca que le impelía: “Dame caña”. No podía estar pasándole esto, -¡cómo se le ha podido ocurrir decir eso!-. De pronto, las mochilas de los niños, las prisas por llegar a tiempo al colegio, echaron por tierra sus planes.

Chantilly. 

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