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domingo, 31 de julio de 2011

Chocolate.



La tienda que hay enfrente de mi casa siempre tiene por doquier una deliciosa sección de chocolates, siento como palpita mi lengua cada vez que paso por el escaparate. Bombones rellenos de crema, licor, avellana, bombones de chocolate blanco, pastelitos bañados en una fina capa de chocolate negro. E imagino coger uno, acariciarlo, sentir como el chocolate se va raspando y luego metérmelo en la boca, para que se derrita en la lengua. El chocolate siempre ha sido la tentación más peligrosa y sustituta del sexo, en las noches cuando necesito sentir el placer hasta volverme loca, cogo una tableta, cierro los ojos cuando muerdo delicadamente el trocito, navega sobre mis dientes como un baño de azúcar y después juega dentro de mi boca, cosquilleándome los incisivos y la garganta. Después de haber sucumbido a la traición de ese pecado, acaricio mi cuerpo con mis manos, huele a chocolate e imagino que Xavier, el dueño de la tienda y que me lleva unos tres años, recorre con su boca ese camino que he dejado solo para él. Su lengua succionando mis pechos, mi sexo, mis muslos mojados de chocolate. Lo imagino encima de mí, moviéndose como si se le fuera la vida y luego mojarnos las bocas con nuestras manos, riéndonos por nuestros rostros bañados en azúcar. Mordernos los labios sin importarnos hacernos daño, sangre con chocolate, chocolate con fresa. Yo encima de él como una posesa, haciendo que su pene choque más fuerte contra las paredes de mi intimidad, y después cogerlo entre las manos, hasta sentir como su semen se convierte en un delicioso líquido que de derrama sobre mi labio inferior. Cuando desperté de ese erótico sueño mientras la tableta se derretía entre mis pezones y mis dedos, relamí mis labios con una risita pícara.

Arácnida.