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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Encantados en el bosque



La bruja Mandarina vivía en el bosque tan tranquila hasta que se cepilló a un viajero. En el Aquelarre de la Floresta, decidieron los sabios y sabias con más antigüedad, que como castigo a su osadía, solo recuperaría sus formas perfectas cuando su pareja tuviera los ojos vendados con una tela de seda.

Mandarina se veía en el espejo fea y vieja, con la edad que tenía en realidad, casi mil años. Pero explicaba a sus parejas, caminantes que paraban a descansar en su casa, que su nieta estaba todo el día sola con ella, y lo que quería era conocer un varón fuerte, o cualquier característica que ella viera en el caminante, hasta que le convencía. Después pretextando la timidez e inocencia de la niña, obligaba al forastero, ya relamiéndose de su suerte, a tener los ojos vendados.

En el momento en que la bruja comenzaba a excitarse, se transformaba en una mujer bella, de las formas y volúmenes que el viajero soñaba; se volvía la mujer de sus sueños. Algunas veces con pechos de ama de cría y culo pequeño, otras al contrario, pechos de muñeca y caderas y nalgas de culona. En ocasiones se comportaba como una leona ávida de sexo y otras como una mujer tímida y sumisa. Normalmente lo contrario de lo que el viajero ya conocía, y este quedaba maravillado con su actuación. En la región pronto se corrió la voz – con perdón – de que en el bosque, había mujeres que satisfacían a quienes las visitaran.

A Mandarina le encantaban tantos encuentros, pues era un poco… promiscua, digamos. Un día le llamaron del aquelarre para decirle que los lugareños estaban perdiendo el miedo a la espesura y que tantas visitas – Mandarina tenía tela – perturbaban el silencio natural que necesitaban los habitantes del bosque para vivir tranquilos. Le urgieron a que tomara medidas.

Mandarina convirtió su casa en invisible a los ojos de los mortales, e hizo saber a los forasteros, que solo encontrarían su casa si en silencio y en soledad, se dieran placer a ellos mismos repitiendo el nombre de la bruja, y que ella los encontraría. El hada solo hacía visible su casa cuando el explorador tenía unas medidas especiales, si no, los dejaba pelarse hasta que perdían su fuerza y volvían otro día echando de menos los placeres que allí habían encontrado.

Los ruidos y las molestias cesaron en el bosque, pero empezaron a brotar unas flores nuevas que llamaron E s p e r m i r i n a s, y aumentó muchísimo el voyerismo en la zona.

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