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jueves, 19 de septiembre de 2013

La Dormida



Ya estaban un poco grandes para salir al campo, pero para recordar otros tiempos, decidieron hacer una acampada en la sierra, en un lugar al que todavía no iba mucha gente.

Las cuatro parejas más “guais” de aquel campamento se volvían a juntar. También me avisaron a mí, y yo sugerí llamar a mi amiga, que aunque no la conocían, me llevaba bien con ella, y teníamos cosas en común, por ejemplo no tener pareja conocida. Además a mi amiga le gusta comer de todo; hacía lo que fuera, con tal de ser el centro de la reunión.

Las parejas eran las típicas: la rubia explosiva y el guapito, la morenaza y el cachas, luego había una pareja normal, y una de flipados de sabiduría oriental; delgados, desgarbados y muy espirituales.

Quedamos, nos presentamos  y empezamos nuestro primer fuego de campamento. Lo que hicimos primero fue recordar. Las chicas se quejaban de la poca estabilidad emocional de los chicos en aquellos tiempos (no hace mucho) y los chicos, en general, comentaron lo que habíamos cambiado las chicas. Mientras, miraban de una manera especial a mi amiga.

En una reunión solo de mujeres, empezamos a comentar que años atrás, más jóvenes todas, parecía que eran ellas las guardianas de la fidelidad, pero ahora pasados unos años, parece que lo que los chicos querían, con mi amiga, era explorar nuevas tierras. Las damas tenían más experiencia y no sentían ya esa obligación. Si ellos estaban dispuestos a explorar, pues exploraríamos todas.

Mi amiga se acordó de un juego que se hace para compartir: La Dormida. Nos explicó cómo funcionaba y todas dijeron que sí. Yo dije que aunque no tuviera pareja, conocía secretos de mujeres que a lo mejor ellas no conocían mucho. Todas estuvieron de acuerdo, algunas porque también les gustaba, y las otras decidieron probar. Así que les expusimos a los chicos nuestro plan, como un juego, y aquella noche jugaríamos todos y todas.

Dijimos a los hombres que tendrían que hacer dos torres como de un metro y medio de alto, separadas unos dos metros. Allí había piedras para hacerlo, y lo consiguieron. Nosotras mientras buscamos dos troncos y los llevamos allí, los colocamos de torre a torre y pusimos un colchón inflable encima. No les explicamos nada hasta el atardecer. Les dijimos que las reglas eran muy estrictas, y que si alguno se las saltaba, dejaríamos de jugar en ese momento. La Dormida iba a ser una sorpresa. Esto puso a los chicos contentos. La nueva, decían, como para ellos. Ella sería el centro de atención, y nosotras probaríamos, todo de todos. --Yo me relamía pensando en probar todo de todas.

Vendamos a los chicos los ojos con pañuelos. Si a alguno se le caía o se lo quitaba, fin del juego. Después mi amiga se subió al colchón y se tapó con una sábana. Los chicos, colocados de pie y alrededor de la cama, con suaves caricias, tendrían que despertar a la dormida. Tendrían que moverse un lugar a la derecha, siempre que se lo dijéramos desde abajo, con un azote. Se colocaron el guapito y el cachas a la altura del pecho de mi amiga, y el normal y el flipado, a la altura de las caderas.
Todo el mundo estaba desnudo, y nosotras desde abajo, estábamos viendo lo contentos que estaban los chicos. Nada que ver con lo que habíamos visto cuando nos bañábamos en el río. Para empezar, cada chica se puso lo más lejos de su chico, en la otra esquina. Yo les pedí, que aunque estaban de rodillas, dejaran sus piernas un poco abiertas, para favorecer mi labor.

La rubia, harta de tronchos gordos y cortos, cuando vio la del flipado, larga y finita, comenzó a batir su propio record de profundidad, y yo veía como desaparecía aquel espárrago en su boca. La flipada, encontró una cosa normal, no tan larga como la que conocía y se dedicó, con tesón a dejarla floja, cosa que consiguió en un momento. La normal, que no se había visto nunca en nada parecido, no sabía cuál coger. Al final se quedó mirando a la que tenía delante, y fue la primera en dejarla blandita. La morena, se entregó a la que le quedó, y disfrutó mucho. Lo sé porque mientras hacían esto, yo les sobaba el pecho, y tiraba suavemente de sus pezones, a la vez que controlaba la secreción vaginal. En un momento y en silencio, todo se acabó.

La regla era que si nosotras habíamos quedado satisfechas, seguiríamos, entonces se podría hablar y gemir, lo mismo nosotras que ellos. Nos miramos. Ellas divertidas, yo excitada, y cambiando de lugar, decidimos seguir. Los chicos entendieron que ya no había problema, y comenzaron a dar a mi amiga tanto placer, que no dejaba de correrse. Hacía un ruidito nasal, alterado por los movimientos que estaría haciendo, luego se aceleraba, y después de varios espasmos sin control, comenzaba otra vez con su ruidito.

Mis amigas ya no sé qué hicieron, porque en la primera parte me dediqué a probar una a una, a ver que decían, y todas estaban muy excitadas para perder un poco de placer, viniera de donde viniera. Así que me dediqué a la variedad. Lamía un poco de aquí, mientras tiraba de los pezones, y cuando las veía entregadas, lo dejaba para luego. Así en varias ocasiones. La flipada no me dejaba irme de su entrepierna y no pude evitar darme placer yo, y aunque tuve que parar dos veces, no me soltó hasta llenarme la cara de flujo.
La rubia y la normal, me llevaban la mano a su clítoris, mientras que la morena quería mi lengua, y mis dientes en su clítoris.

No sé las veces que me corrí. Solo recuerdo que al final, mi amiga que se había traído su arnés con látex negro, se lo puso, y me batió, hasta quedar las dos exhaustas. Después mis amigas se lo llevaron, y según me contaron al día siguiente, se fueron dando placer unas a otras, sobre unas piedras, contra los árboles, y por todos los agujeros que habían probado, y por los que no.

Quedamos para otro año, para compartir recuerdos del campamento.

REMedioss

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