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viernes, 20 de diciembre de 2013

Otro amor




Cuando cumplí los dieciocho empecé a salir con un chico de Los Grupos, una organización tradicional que hacía las veces de guardia y custodia de jóvenes de familias bien.

Un fin de semana nos fuimos a la sierra. Encontramos un sitio donde había que dejar el coche más atrás y cruzar el rio con la tienda y con todo. Estaba más lejos, pero no había tanta gente por la noche cantando y dando la lata.

A última hora de la tarde llegó otra pareja. En principio no me gustó, pero como tampoco hacían mucho ruido, pasamos a ignorarnos mutuamente.

Nuestras relaciones sexuales, en aquel entonces, se limitaban a caricias hasta conseguir un placer limitado y culpable. Mi novio se tumbaba dentro de la tienda, sacando medio cuerpo fuera, y yo como si no estuviera haciendo nada, le daba un masaje, sin demasiados movimientos hasta que aquello se deshacía entre mis manos. Después me tumbaba yo y el con delicados masajes conseguía un placer, efímero y casi sin sentido. Aquello era la prueba de nuestro amor. Corto, cicatero y poco satisfactorio.

La primera tarde que apareció la pareja, esperamos a que se instalaran, y después comenzamos nuestras manipulaciones. Cuando estaba moviendo mi mano, lo más despacio que podía, vi al chico de la otra pareja aparecer entre los arbustos del río. En un primer momento me paré, luego lo pensé y seguí, viendo como disfrutaba viéndome. Comencé a hacer movimientos más exagerados, que comenzaron a mover más mi cuerpo. Se me estaba moviendo todo y me gustaba, estaba casi bailando frente a un hombre que se había arriesgado para verme como una mujer. Mi novio debió notar algo, porque le noté estremecerse más de lo normal, pero no dijo nada. Cuando me tocó a mí, dejé volar mi imaginación, y como mi novio vio que la otra pareja no estaba, se empleó más a fondo, quizás para devolverme el placer extra de aquella tarde. Cuando no podía más me dejé ir, imaginando que aquel extraño me sobaba todo el cuerpo con la torpeza de la primera vez.

Me levanté, solo con un vestido veraniego y me fui como todas las tardes por un caminito que había sin salida, que ya habíamos explorado mi novio y yo, y allí, en la otra parte del río me lavaba, mientras que él lo hacía aquí, por si venía alguien. Cerca del final del camino se oían cencerros de ovejas que había en un vallado. Yo allí me sentía segura, porque nunca había nadie.

Al levantarme vi al chico de la otra tienda en la puerta de la suya mirando el camino. Le sonreí. Mientras iba hacia mi zona de río pensé que eso no podía ser amor y seguro que tampoco sexo. Al llegar donde todos los días y empezar a lavarme, noté como me cogían de las caderas con suavidad, pero con firmeza unas manos. Me estuve quieta y le dejé hacer. Noté como se quitaba el bañador, y con los pies metidos en el río comenzó a meterme un sexo duro, confiado, placentero y sin prisas comenzó a transmitirme sus sentimientos, la atracción que sentía por mí. Me sentí deseada, querida, follada…


Cuando intentaba cerrar un poco las piernas en mis orgasmos incontrolados, él arreciaba con sus embestidas, hasta que no pude más y me quise retirar un poco. En ese momento se puso a moverse como loco y no paró hasta que se vació dentro de mí, y me hizo disfrutar una vez más sintiendo cómo palpitaba dentro de mí. Se salió con ternura, y me dio un beso cariñoso en el culo. No miré, me lavé como pude, pues me temblaban las piernas, y me costaba mantenerme en pie. Me dispuse a volver, y en mitad del camino de vuelta me encontré al chico de la otra tienda, que me preguntó: ¿dónde te has metido?



REMedioss

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