Cuando cumplí
los dieciocho empecé a salir con un chico de Los Grupos, una organización
tradicional que hacía las veces de guardia y custodia de jóvenes de familias
bien.
Un fin de
semana nos fuimos a la sierra. Encontramos un sitio donde había que dejar el
coche más atrás y cruzar el rio con la tienda y con todo. Estaba más lejos,
pero no había tanta gente por la noche cantando y dando la lata.
A última hora
de la tarde llegó otra pareja. En principio no me gustó, pero como tampoco
hacían mucho ruido, pasamos a ignorarnos mutuamente.
Nuestras
relaciones sexuales, en aquel entonces, se limitaban a caricias hasta conseguir
un placer limitado y culpable. Mi novio se tumbaba dentro de la tienda, sacando
medio cuerpo fuera, y yo como si no estuviera haciendo nada, le daba un masaje,
sin demasiados movimientos hasta que aquello se deshacía entre mis manos.
Después me tumbaba yo y el con delicados masajes conseguía un placer, efímero y
casi sin sentido. Aquello era la prueba de nuestro amor. Corto, cicatero y poco
satisfactorio.
La primera
tarde que apareció la pareja, esperamos a que se instalaran, y después
comenzamos nuestras manipulaciones. Cuando estaba moviendo mi mano, lo más
despacio que podía, vi al chico de la otra pareja aparecer entre los arbustos
del río. En un primer momento me paré, luego lo pensé y seguí, viendo como
disfrutaba viéndome. Comencé a hacer movimientos más exagerados, que comenzaron
a mover más mi cuerpo. Se me estaba moviendo todo y me gustaba, estaba casi
bailando frente a un hombre que se había arriesgado para verme como una mujer.
Mi novio debió notar algo, porque le noté estremecerse más de lo normal, pero
no dijo nada. Cuando me tocó a mí, dejé volar mi imaginación, y como mi novio
vio que la otra pareja no estaba, se empleó más a fondo, quizás para devolverme
el placer extra de aquella tarde. Cuando no podía más me dejé ir, imaginando
que aquel extraño me sobaba todo el cuerpo con la torpeza de la primera vez.
Me levanté,
solo con un vestido veraniego y me fui como todas las tardes por un caminito
que había sin salida, que ya habíamos explorado mi novio y yo, y allí, en la
otra parte del río me lavaba, mientras que él lo hacía aquí, por si venía
alguien. Cerca del final del camino se oían cencerros de ovejas que había en un
vallado. Yo allí me sentía segura, porque nunca había nadie.
Al levantarme
vi al chico de la otra tienda en la puerta de la suya mirando el camino. Le
sonreí. Mientras iba hacia mi zona de río pensé que eso no podía ser amor y
seguro que tampoco sexo. Al llegar donde todos los días y empezar a lavarme,
noté como me cogían de las caderas con suavidad, pero con firmeza unas manos.
Me estuve quieta y le dejé hacer. Noté como se quitaba el bañador, y con los
pies metidos en el río comenzó a meterme un sexo duro, confiado, placentero y
sin prisas comenzó a transmitirme sus sentimientos, la atracción que sentía por
mí. Me sentí deseada, querida, follada…
Cuando intentaba
cerrar un poco las piernas en mis orgasmos incontrolados, él arreciaba con sus
embestidas, hasta que no pude más y me quise retirar un poco. En ese momento se
puso a moverse como loco y no paró hasta que se vació dentro de mí, y me hizo
disfrutar una vez más sintiendo cómo palpitaba dentro de mí. Se salió con
ternura, y me dio un beso cariñoso en el culo. No miré, me lavé como pude, pues
me temblaban las piernas, y me costaba mantenerme en pie. Me dispuse a volver,
y en mitad del camino de vuelta me encontré al chico de la otra tienda, que me
preguntó: ¿dónde te has metido?
REMedioss
No hay comentarios:
Publicar un comentario