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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Una proposición sugerente







Encontré una nota debajo de mi puerta. En ella decía: “Una noche contigo”. Consternada, entré en casa. Me quité el abrigo, lo dejé en el respaldo de la silla. Indagué por las habitaciones por si algún loco había entrado. Al ver que todo estaba en orden, miré por la ventana. El vecino de enfrente- al cual había pillado varias veces mirándome- tenía la cortina color lavanda echada. A veces coincidíamos en la calle, siempre que cruzaba frente a su portal, lo encontraba saliendo al mismo tiempo. Si iba a la panadería o al supermercado, también él estaba allí. Con la nota en las manos, me pregunté si era él quién lo había escrito. Tenia la mala costumbre de dejar la cortina descorrida antes de irme a dormir, por lo que no era extraño que muchas veces él me pillara en ropa interior, caminando por el salón. Aquello me asustaba, pero me excitaba. No era un chico desarreglado, más bien era un chico normal con camisa y vaqueros y que le gustaba fumar después de cada comida. También le espiaba a él. Alguna que otra vez lo ví en calzoncillos. Tiré la nota a la basura.

Ya entrada la noche, volví a encontrar otra nota bajo mi puerta. Esta vez decía “A las once y media te espero frente a tu ventana”. Era obvio que se trataba de él. Aquello me incitaba a pensar que era un juego tal vez peligroso, dado que no le conocía lo suficiente, pero al mismo tiempo mi yo interior suplicaba nuevas aventuras. Sin vacilar, me di un baño, puse velas en el salón, me recogí el cabello y me puse un vestido cómodo pero sugerente. A las once y media tal como había dicho, él descorrió la cortina. Estaba desnudo y me miraba con intensidad. No nos dijimos nada, ni tan siquiera un saludo. Concentrada en ese instante, me desnudé yo también, lentamente, sin dejar de mirarle. Mis manos recorrieron mi cuerpo sediento de placer. Él me miraba de arriba abajo, haciéndome suya. Me acaricié, me pellizqué los pezones, mordí mi labio inferior. Él se llevó la mano a su pene y lo frotó. Al llegar a mi sexo yo ya estaba húmeda. Introduje dos dedos en mi vagina, el contacto blando y caliente provocó una vibración desmesurada. Él se frotó con más fuerza, su pene erecto rogaba por mí.  ¿Qué pasaría después de todo aquello? No pude  evitar preguntarme. Sus labios se entreabrían, puso la mano en el cristal de su ventana, yo puse también la mía en mi ventana. Empecé a notar como un cosquilleo intenso recorría todas las partes de mi cuerpo, paralizando mis piernas. Nos corrimos al mismo tiempo. Su semen se escurría por el cristal. Nos sonreímos, temblaban mis labios. Después de aquello, vinieron más notas, todas ellas de color lavanda. Algunas rogaban repetir la experiencia, otras citaban encuentros. Le di una de cal y otra de arena. Ahora se ha convertido en un excitante juego. 

Arácnida.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Plena en el mar




Tengo un cuerpo perfecto, por eso hago topless en la playa. Primero desde el paseo marítimo, observo donde hay más gente, luego busco por si alguna fresca se me ha adelantado, y cuando encuentro el sitio perfecto me instalo. El mejor sitio es un lugar donde haya varios hombres juntos, aunque haya lagartas cerca, y busco también el segundo mejor cuerpo de la playa y me pongo cerca a hacer sombra. Los hombres, bien nadando, bien jugando a la pelotita, se acercan disimuladamente. 
Una vez establecidas las posiciones y habiendo marcado mi territorio, comienzo a desnudarme, me doy crema – aunque dicen que es mejor dársela media hora antes de llegar a la playa— con suaves y delicados movimientos en mi cuerpo, y luego haciendo como que no me fijo, observo mi impacto en el ambiente. A veces espero y tomo un poco el sol, pero otras, según la urgencia de quien me mire, mojo mi bañador, que se pega a mi piel y dejo que me observen sin mirar a nadie, para que se sientan libres de mirarme.

Un día me fui a la playa más famosa. Pensé que en agosto y con la cantidad de gente que había, me sería fácil despertar admiración, pero no fue así. Al ver que no producía suficiente asombro, me fui a una playa nudista cercana. La gente hace como que no te mira en estos sitios, pero yo sé que disfrutan más que en una playa textil. Los y las nudistas son más libres. Hay menos bañistas, pero es más fácil el contacto.

Cuando llegué me puse en un lugar un poco apartado. Después del ritual de la crema me puse, en la orilla de pie, como un faro de perfección a mirar el mar. Pasó un hombre andando y me dijo algo. Le dije: perdone caballero, pero no le he oído. Se volvió y me repitió el comentario sobre el buen día que teníamos.  Para que no se me escapara, me hice la nueva en la playa, la extranjera, la tonta, la necesitada, y por fin la salvada de un día de aburrimiento.

El hombre era la avanzadilla de un grupo de amigos que llegaron en seguida. Me rodearon, y entonces si me sentí en mi salsa, --en los dos sentidos: en mi ambiente, y noté como empezaba a ponerme contenta --. Entre bromas nos metimos en el agua, y en la claridad del mar y la oscuridad de las olas, me fui presentando y saludando uno a uno al grupo de amigos. No tuve que volver a nadar, aunque el agua me llegaba al cuello. Me contaron que ya me habían visto otros días, y me fueron pasando, de uno a otro, mientras me regalaban el oído, y mi cuerpo recibía embestidas al menos desde dos lados, mientras yo me agarraba donde podía.

Nunca ha estado tan tapada y tan contenta, no dejaba de tener convulsiones, hasta que empezaron a aparearse entre ellos. Quiero decir a ponerse por parejas, y jugar, a algo que yo no veía. Al final me quedé sola.

Volví a la orilla, y mientras los veía alejarse pensé: no he entendido el final, pero tengo que digerir lo que me han dado.

REMedioss

Otro amor




Cuando cumplí los dieciocho empecé a salir con un chico de Los Grupos, una organización tradicional que hacía las veces de guardia y custodia de jóvenes de familias bien.

Un fin de semana nos fuimos a la sierra. Encontramos un sitio donde había que dejar el coche más atrás y cruzar el rio con la tienda y con todo. Estaba más lejos, pero no había tanta gente por la noche cantando y dando la lata.

A última hora de la tarde llegó otra pareja. En principio no me gustó, pero como tampoco hacían mucho ruido, pasamos a ignorarnos mutuamente.

Nuestras relaciones sexuales, en aquel entonces, se limitaban a caricias hasta conseguir un placer limitado y culpable. Mi novio se tumbaba dentro de la tienda, sacando medio cuerpo fuera, y yo como si no estuviera haciendo nada, le daba un masaje, sin demasiados movimientos hasta que aquello se deshacía entre mis manos. Después me tumbaba yo y el con delicados masajes conseguía un placer, efímero y casi sin sentido. Aquello era la prueba de nuestro amor. Corto, cicatero y poco satisfactorio.

La primera tarde que apareció la pareja, esperamos a que se instalaran, y después comenzamos nuestras manipulaciones. Cuando estaba moviendo mi mano, lo más despacio que podía, vi al chico de la otra pareja aparecer entre los arbustos del río. En un primer momento me paré, luego lo pensé y seguí, viendo como disfrutaba viéndome. Comencé a hacer movimientos más exagerados, que comenzaron a mover más mi cuerpo. Se me estaba moviendo todo y me gustaba, estaba casi bailando frente a un hombre que se había arriesgado para verme como una mujer. Mi novio debió notar algo, porque le noté estremecerse más de lo normal, pero no dijo nada. Cuando me tocó a mí, dejé volar mi imaginación, y como mi novio vio que la otra pareja no estaba, se empleó más a fondo, quizás para devolverme el placer extra de aquella tarde. Cuando no podía más me dejé ir, imaginando que aquel extraño me sobaba todo el cuerpo con la torpeza de la primera vez.

Me levanté, solo con un vestido veraniego y me fui como todas las tardes por un caminito que había sin salida, que ya habíamos explorado mi novio y yo, y allí, en la otra parte del río me lavaba, mientras que él lo hacía aquí, por si venía alguien. Cerca del final del camino se oían cencerros de ovejas que había en un vallado. Yo allí me sentía segura, porque nunca había nadie.

Al levantarme vi al chico de la otra tienda en la puerta de la suya mirando el camino. Le sonreí. Mientras iba hacia mi zona de río pensé que eso no podía ser amor y seguro que tampoco sexo. Al llegar donde todos los días y empezar a lavarme, noté como me cogían de las caderas con suavidad, pero con firmeza unas manos. Me estuve quieta y le dejé hacer. Noté como se quitaba el bañador, y con los pies metidos en el río comenzó a meterme un sexo duro, confiado, placentero y sin prisas comenzó a transmitirme sus sentimientos, la atracción que sentía por mí. Me sentí deseada, querida, follada…


Cuando intentaba cerrar un poco las piernas en mis orgasmos incontrolados, él arreciaba con sus embestidas, hasta que no pude más y me quise retirar un poco. En ese momento se puso a moverse como loco y no paró hasta que se vació dentro de mí, y me hizo disfrutar una vez más sintiendo cómo palpitaba dentro de mí. Se salió con ternura, y me dio un beso cariñoso en el culo. No miré, me lavé como pude, pues me temblaban las piernas, y me costaba mantenerme en pie. Me dispuse a volver, y en mitad del camino de vuelta me encontré al chico de la otra tienda, que me preguntó: ¿dónde te has metido?



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